miércoles, 14 de abril de 2010

La suerte está echada...

Sufro de un gran defecto que, de alguna extraña manera, me hace feliz. Creo en el Destino.
Me reconforta la idea de que está todo escrito... Bah, no TODO está escrito. En realidad, mi idea del Destino es un tanto más flexible que la idea generalizada. No se trataría de un bloque de piedra escrito con fuego (y por lo tanto inmodificable), sino más bien como un árbol que va ramificándose de acuerdo a ciertas decisiones que tomamos. Me gusta esa metáfora.
Y es que mi Destino está escrito pero en forma de multiple-choice. Hay cosas que no podemos elegir, como el lugar y el tiempo en el que nacemos y el momento en el que nos vamos. Éstas y otras cosas sobre la que no podemos elegir, están escritas por el Destino. Después, están las elecciones propias y ajenas que le dan forma a nuestro Destino, a nuestra vida en fin.
Y ustedes se preguntarán, ¿qué puede tener de reconfortante esta idea de Destino? Simplemente, porque las ramas de mi metáfora (como las de cualquier árbol) llegan al cielo. Está bien, no me refiero al cielo como el paraíso cristiano, ni nada por el estilo. Me refiero al cielo como un lugar "mejor", como aquello a lo que estamos destinados a alcanzar y que, por lo tanto, debe ser la superación, el climáx, el punto más perfecto de nuestra existencia.
Es por eso que el Destino es brillante para mí. Y por eso creo en él.

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