Tengo mala memoria... o memoria selectiva. Ella sólo retiene aquella información que considera importante o que se relaciona con algo más importante. Y no es que considere que los regalos, en sí, sean poco relevantes, sino que considero que mi día de cumpleaños no entraña ninguna magia. Como cualquier día del año, es intrascendente.
La cuestión es que recuerdo muy poco los regalos que me hicieron, a menos que me recuerden otra cosa.
Por ejemplo, creo que fue en mi cumpleaños del 2003, después de cortar con mi novia de aquél momento (en octubre, creo), que ella me regaló un llavero. Pero no era un llavero cualquiera. Era un dibujo que le había enseñado unos meses antes, en mi carpeta de la facultad, cuando le conté sobre las historias que me gustaría escribir. Un ojo tallado en metal, el regalo más personal de mi vida. Aun lo llevo.
También recuerdo un regalo que me hizo mi vieja, un reproductor portátil de discos compactos. Era como un Winco en plena era del iPod, pero me hizo feliz en ese momento de mi vida. Iba a poder escuchar música mientras viajaba a la facultad. Corría el mes de noviembre del año 2005. Un mes antes había muerto mi viejo.
Uno de los últimos regalos que recuerdo es del 2008. Bah, ni siquiera recuerdo el regalo. Recuerdo el día. 15 de noviembre, mañana de sol y calor insoportable en Jujuy. Me despierta mi ex-novia (habíamos cortado en octubre), en mi habitación, con unos chocolates en la mano, creo. Mi vieja la había hecho pasar. Se acuesta por unos momentos junto a mí. Me regala unos besos. No quiero aprovecharme de la situación, no sé porqué. Meses después me contaría que había ido a regalarme su cuerpo, pero sin amor. Quizás por lástima. Seguramente por lástima. Antes del almuerzo, ya se había ido. Esa misma siesta, se desataría la tormenta de granizo más violenta que haya visto hasta el momento.
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