jueves, 29 de julio de 2010

"Matar a la yegua"

Esta semana participé de una discusión con un grupo de amigos en una red social. Cómo comenzó y cómo terminó no me interesan en estos momentos, pero una frase dicha por una gran amiga (a la que quiero mucho y que, a pesar de estar escribiendo esto, no quiero que piense que cambia en algo el gran cariño que siento por ella) me entristeció mucho: "matar a la yegua".
En ese momento, si bien me impactó la triste frase, no le presté demasiada atención y continué discutiendo. Sin embargo, desde aquél momento la tengo dándome vueltas en la cabeza y ésta es una forma de expresar todo lo que pienso de la frase.
Primero, llamar "yegua" a la mujer elegida como Presidenta por la mayoría de los argentinos es terriblemente violento y degradante para el género femenino. No sólo nos representa como argentinos, como consecuencia del sistema democrático republicano de representatividad, sino que representa a la mujer argentina y la posibilidad de liderazgo femenino en nuestro país. Reducir a la Presidenta al papel de simple títere de su marido, de "yegua", de "vieja puta" (o "puta" como también le decían a Eva Perón casualmente) con sus vestidos y carteras caras, y sus operaciones estéticas y sus implantes de botox, es negarle a cualquier mujer la igualdad frente a los hombres. Es pensar de acuerdo al machismo imperante que restringe a las mujeres al espacio privado de las tareas domésticas, de la familia; porque en el momento en el que ocupan la escena pública se transforman en mujeres públicas, en "putas", en "yeguas". O es pretender que la mujer pública se masculinice, deje de ser y sentirse mujer, deje de usar vestidos y carteras, deje el botox y las cirugías, y se convierta en un hombre porque "sólo ellos pueden hacerse cargo el poder".
Uno puede entender esas palabras de un hombre, atrapado en un machismo "inherente", pero escucharlo de una mujer es doblemente degradante y violento: para quien se refiere y para ella misma.
Segundo, "matar a la yegua" representa para mí lo más reaccionario e intolerante de la sociedad argentina. Todo aquello que yo había pensado que había quedado atrás, en el pasado, en la última dictadura, pero que tristemente sobrevive. Alguna vez me he definido como kirchnerista, no por acompañar y defender irracionalmente a la pareja presidencial, sino porque mis convicciones suelen coincidir con las políticas propuestas por el actual y el anterior gobierno de los Kirchner. Puedo entender (y comprender, en cierto sentido) a aquellas personas que están enfrentadas política o ideológicamente al actual gobierno y su gestión. O de aquellas personas que no están para nada contentas (y quién podría estarlo???) con los negocios que supuestamente hacen los Kirchner y su entorno con la cosa pública. Hasta puedo entender cierto odio pasional de ciertos grupos sociales que ven limitados sus privilegios por ciertas políticas de gobierno. Lo que no puedo entender es que, en nombre de esa diferencia política-ideológica, de la corrupción, de ese odio ciego, se haga tan livianamente una apología de Golpe de Estado.
Menos en nuestro país, donde la democracia nos ha costado mucho. Nos ha costado la entrega de nuestras riquezas al peor postor. Nos ha costado el terror y la eliminación de los lazos de solidaridad por la actual y tan propia indiferencia argentina. Pero, por sobre todo, nos ha costado 30.000 vidas, toda una generación de jóvenes que, de una forma u otra, dieron su vida para que nosotros vivamos en democracia. Es por ellos que no puedo dejar pasar frases tan tristes como "matar a la yegua", como "por menos derrocaron a De La Rúa", o la tristemente célebre "con los militares estábamos mejor".
Y es por ellos y por sus vidas que debemos defender la democracia, mas allá de nuestras diferencias políticas, ideológicas o emocionales.